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Tal como pasa con la moda, el vino y hasta las finanzas, con el chocolate se ha producido un fenómeno cultural complejo. No estamos hablando de chocolates básicos para las masas, chocolate artesanal para los puristas y de vanguardia para los conocedores. En Bruselas, una ciudad políglota en la encrucijada geográfica y cultural de Europa, hay de todo.

La capital de Bélgica puede ser conocida como la capital de Europa, pero es también, la capital mundial del chocolate. En Bruselas el chocolatero Jean Neuhaus inventó el praliné, hace ya 100 años.

En Bruselas hay un millón de personas, y unos 500 chocolateros, lo que sería un chocolatero por cada dos mil personas, si sacamos las proporciones. Un belga medio consume unos 7 kilos de chocolate al año, es decir, son los que más chocolate comen en el mundo.

Como en todas las cosas, la industria está cambiando, y ahora no sólo se encuentran los bombones tradicionales, sino que también se están fabricando bombones rellenos con sabores exóticos y formas extravagantes.

Las dos mayores empresas de chocolate que pueden conocer son Godiva y Leonidas, además de decenas de boutiques de chocolateros.

Hay gente que ha conseguido clasificar incluso, a los mercados a los que va cada chocolate, y han identificado los que van a los turistas, y a los belgas. Los que son producidos por fabricantes grandes como Guylian, son para los turistas, porque son devorados en grandes cantidades, mientras que los artesanales, son más orientados a los habitantes, que aprecian lo hecho a mano.

Los belgas, no solo han hecho más sofisticados sus procesos productivos, sino que también se han preocupado del envase y la presentación, de modo que el chocolate luzca elegante.

Una vendedora confiesa que aunque la mayoría de la gente piensa que el es porcentaje de cacao el que hace la diferencia, lo cierto es que la diferencia la marca el origen del grano de cacao.

Vía/ Travel.nytimes

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