La historia de Bélgica es fascinante, lo decubrí en uno de mis vuelos a bruselas, de partida porque allí habitaron los antiguos celtas, civilización que vivió en estas tierras donde también pasaron romanos y francos, una tribu germánica que utilizo el debilitado imperio romano como mercenarios.

Cuando la civilización de francos crece, deciden renunciar a los trabajitos que les mandaban a hacer los romanos y independizarse. De ahí proviene la división entre Francia y Bélgica. Los francos obtuvieron el apoyo de la iglesia ya que adoptaron el cristianismo como forma de vida, y como no, por una cuestión de conveniencia, ya que la iglesia era un ente de mucho poder por aquel entonces.

Durante el corto reinado de Pipino III, se fundó la dinastía carolingia, que lleva el nombre de su hijo Carlomagno. Carlomagno sucedió a su padre en 768 y gobernó durante casi medio siglo un imperio que abarcaba casi todas las tierras de Europa Continental, con excepción de España y Escandinavia.

En el año 800, el Papa León III lo corona emperador de Occidente. Carlomagno fue un conquistador en serie de varias partes de Europa, y a la vez, hizo mucho para fomentar el comercio y las artes. El comercio que se desarrollo a lo largo de los ríos de Bélgica fue fruto de su reinado, así como la preservación de la enseñanza clásica y las artes.

Cuando murió Carlomagno, su imperio se dividió y las constantes rencillas familiares llevaron a celebrar un tratado, el Tratado de Verdún en 843, el cual acuerda que tres de los nietos de Carlomagno tomarían el control del imperio. El Oeste de Francia, quedo en manos de Carlos el Temerario, mientras el Reino Medio fue dado a Lothair y el Oriente de Francia a Louis de German que lo convirtió en la base de Alemania.

El Oeste de Francia incluyo la estrecha franja territorial del norte y oeste del Río Escalada de la actual Bélgica. El resto de la actual Bélgica se incluyó primero en el Reino Medio, en virtud de Lothair, pero poco a poco fue cayendo bajo el dominio de los reyes alemanes.

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