Los días pasan de lo más relajados en la playa de Flandes, lugar donde se absorbe la atmósfera junto a deliciosos mariscos y cerveza. Aquí va la historia de un visitante que calificaré como un visitante-vividor, porque nos cuenta sus experiencias desde la vivencia propia, así que decidí que el asunto era interesante.
Hace unos años, alquilamos un apartamento en la costa belga de Koksijde-Bad, justo alrededor de la costa de Oostduinkerke. Todas las mañanas, mi hija y yo mirábamos el ir y venir de la vida.
La playa se extiende desde la desembocadura del río Ljser, hasta la frontera francesa con su inconfundible arena blanca. Llegar a un lugar apto para remar implica alquilar una bicicleta, porque nada es cerca.
La comida es importante para los belgas, pero en vacaciones, nadie quiere cocinar mucho. Una camioneta verde venía todos los días por la mañana a vender sopas y comidas, y así se comenzaban a ver mesas con platos de tomates rellenos con gambas y flan, entre otras cosas, como las típicas cervezas.
En las pastelerías de la ciudad, las tartas de fresa vienen con crema chantilly y los bavaroises de frambuesa hacen rememorar los sombreros de las damas de Ascot.
A las diez de la mañana, los socorristas llegaron a la playa desde su sede en la torre del reloj de arte deco. Se vestían de rojo al igual que los de la serie Guardianes de la Bahía, pero este es el Mar del Norte, no del Océano Pacífico. Los socorristas vagaban de un lado a otro en parejas, cada uno armado con su vadera y flotador. Tocaban sus bocinas y agitaban sus banderas en caso de ver a alguien nadar muy lejos de la costa. El graznido de los socorristas es un coro que llena el día de los vacacionistas.
Vía: theguardian, Fotos: flickr