Blankenberge ofrece más que playas bonitas. A pesar que hay paisajes naturales preciosos, todos los que pasen por esta ciudad, pueden conocer variadas calles comerciales que se reparten por el centro de la ciudad.
En sus inicios, Blankenberge era un pequeño pueblo habitado por gente dedicada a la pesca, y debido a su posición tan estratégica, ésta pequeña aldea fue saqueada y destruida muchas veces. El mar siempre tuvo una relación de amor y odio con pobladores, porque así como era una fuente de ingresos, a veces era fuente de destrucción a través de las inundaciones que se producían.
En el siglo XIX este pequeño pueblo se convirtió en uno de los primeros sitios belgas que comenzó a desarrollar una demanda turística importante. Por el año 1850 se comenzó a construir uno de los primeros hoteles que recibiría a los visitantes.
La principal iglesia de Blankenberge es la Iglesia de Saint Anthony, construida en el siglo XIV, pero destruida durante los disturbios religiosos que hubo por los siglos XVI y XVII. De decoración medieval ya casi nada queda, y la iglesia todavía conserva algunas pinturas barrocas.
La construcción más antigua es el “Salón de la Ciudad Vieja”, que se levantó con materiales de una antigua fortaleza española. Tiempo después de su construcción, se fue renovando esta estructura y actualmente se utiliza para exposiciones.
Junto al Parque Leopold, se encuentra la “Paravang”, un sitio que de vista luce muy elegante, y es para ir a sentarse y descansar, como si fuese un patio cubierto, con un techo muy atractivo, construido en estilo neogótico, que mezcla azulejos y decoración con forma de conchas.
Los visitantes pueden visitar el “Centro de Vida del Mar”, que tiene acuarios y un túnel submarino, a través del cual los visitantes pueden ver a los animales marinos. Este lugar abre todos los días del año, y está ubicado en Koning Albertiaan.
Vía/ Trabel