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Brujas siempre es representada como una ciudad oscura, de esas típicas ciudades con calles de miedo que solíamos leer en los cuentos de hadas.

A pesar de esa imagen preformada de la capital de Flandes Occidental, una vez que llegamos a este lugar, vemos que la ciudad es muy tranquila, con cisnes deslizándose a través de hermosos canales medievales, y callejuelas empedradas salpicadas de tiendas finas y cafés apacibles.

Con el paso del tiempo, Brujas ha desarrollado sus atractivos, y hoy ofrece chocolates experimentales novedosos, museos nuevos y renovados, pubs con locales de cervezas selectas y raras de origen belga, que ya han logrado fama. Nada de esto es casual.

Recorrer las calles del centro de la ciudad es como ir caminando en medio de un cuento de hadas, por las pintorescas calles empedradas y esos famosos canales, sumados a los torreones de las casas señoriales.

Entre las maravillas de Brujas, están el canal Dijver, la plaza principal y el campanario del siglo 13.
Si de comer se trata, un dato a tener en cuenta es el restaurante Hertog Jan, que en noviembre del año pasado obtuvo su tercera estrella Michelin. Los platos de este restaurante, se caracterizan por su estilo minimalista y sus delicados sabores. Un menú de cinco platos cuesta aproximadamente unos 115 euros, sin contar las bebidas.

Como recomendación de los viajeros experimentados, es mejor no acercarse a los restaurantes del casco antiguo, en donde los precios y la calidad, solo refleja la dependencia que tienen de los turistas, sin importarles que los clientes regresen.

Los belgas también acostumbran visitar el mercado, ubicado en la calle T´Zand, donde hay quesos belgas, arenque ahumado y panes recién hechos con pasas y nueces.

En Amberes se encuentra la capital de la moda belga de vanguardia, en especial es recomendable la boutique L´heroína, donde se exhiben colecciones de diseñadores progresistas, que llenan los mostradores con vestidos de seda estampados, chaquetas asimétricas y prendas de capas voluminosas sin logotipos a la vista.

Eso de mostrar logos y marcas es algo que vulgariza las prendas valiosas, y yo creo que se hace bien en dejarlas sólo para prendas deportivas, pero no para cosas prendas de estilo.

El Sound Factory es visita obligada para los que aprecian las tecnologías aplicadas a la historia, ya que este es un museo moderno, nuevo y interactivo, que ofrece pantalla táctil y campanadas de todas las iglesias de la ciudad a un click.

Vía/ Travel.nytimes

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